5o DOMINGO DE CUARESMA, Año A
En este período de la pandemia COVID-19, más que nunca, muchas personas están prestando atención a su salud física, salud mental, salud social actualmente conocida como distanciamiento social y también a su salud espiritual. Esta pandemia también nos ha llevado cara a cara con nuestra mortalidad. Hemos visto que nadie está fuera de los límites. En consecuencia, el sentimiento predominante está en esta pandemia es la incertidumbre. En un instante las personas ya no saben lo que con-trolan y lo que no pueden controlar. Para los hombres y mujeres de fe, el Salmo responsorial de este domingo podría ser la expresión perfecta de sus sentimientos: “De lo más profundo te lloro, oh Señor.” (PS 130:1O. ¿por qué? Porque si el “Señor… habíaestado aquí, nuestros hermanos, nuestras hermanas no habrían muerto.”
Nuestra ira, nuestra confusión, nuestra pérdida y nuestra impotencia son reales. Dios se siente con nosotros porque siempre ha estado del lado. Por lo tanto, lloró por la muerte de su amigo Lázaro. Pero en el evangelio de hoy, Jesús nos está diciendo: mi voz es tan fuerte que te hará elevarte a una nueva vida. Uno de los milagros que Jesús realizó fue restaurar la vista, el habla y el oído. Estos sentidos son esenciales para nuestra salvación. Esta pandemia tiene el potencial de hacernos sordos, de hacernos sin palabras y de cegarnos a la pres-encia salvífica de Dios entre nosotros. En segundo lugar, cuando Jesús nos llama por su nombre, nos pide que salgamos hacia él e iremos hacia el mundo. Estamos siendo enviados a un mundo que está sufriendo, con miedo y confundido. Sé que algunos de nosotros hemos escuchado a Jesús llamándonos a salir de situaciones que nos han matado espiritual, moralmente y en al-gunos casos incluso sacramentalmente. Quiere que empecemos de nuevo. Ni siquiera la muerte puede ponernos más allá de la redención, la misericordia de Dios que da vida. Durante este tiempo, no podemos reunirnos como una familia de fe para partir el pan en la adoración. Pero hemos sido agraciados con oportunidades para profundizar nuestra oración personal y nuestra oración familiar e incluso para profundizar nuestro momento de oración conyugal.
En tercer lugar, nos pide que nos desvinculemos unos a otros. Para quitar de nuestros hermanos y hermanas los símbolos de la muerte que podríamos haberles impuesto. Debemos hacer esto porque hoy es el día que Dios ha hecho. Debemos quitar la banda de la cabeza, para que nues-tros hermanos y hermanas puedan volver a ver. Debemos desatar las manos de nuestros hermanos y hermanas, para que puedan actuar y trabajar de nuevo. Debemos desatar los pies de nuestros hermanos y hermanas para que puedan caminar de nuevo por el camino que conduce a la vida. Somos compañeros peregrinos. Es interesante ver que la tumba es el punto de encuentro, el lugar del encuentro con nuestro Dios, el que da la vida. Al igual que los profetas Ezequiel e Isaías proclamemos al mundo cautivo por temor a que lo que domina nuestramente y nuestro corazón en este momento de incertidumbre es el firme compromiso que Dios nos ha hecho: “Pondré mi espíritu en ti para que vivas… He prometido, y lo haré. 37:1o “Te he hecho; eres Mi siervo; Oh Israel, nunca te olvidaré. Isaías 49:14o. Que Dios, en su sabiduría y misericordia, nos bendiga, nos proteja de todo mal y nos guíe en la misión de amarlo y servirnos los unos a los otros.
P. Lucas Kazimiro Simango